lunes, 22 de febrero de 2010

Martini y aceituna



He tenido que recurrir al (glorioso) archivo de este blog para confirmar que no había escrito ya sobre la, probablemente, mejor serie televisiva de la actualidad: 'Mad men'. Es lo que tiene mi memoria, que recuerda con precisión conversaciones banales de hace 20 años y olvida lo que hice ayer. En fin, no me podía creer que no aún hubiese dedicado un post a esta maravilla que los paladares exquisitos sabrán apreciar.

En España, Canal + emite actualmente la tercera temporada, que finalizó hace tres meses en EEUU. Creo que Cuatro emitió la primera temporada en un infame horario de madrugada, con lo que imagino que nadie se enteraría. Pese a ser la serie más premiada del último lustro en su país, con un interminable listado de Emmys y Globos de oro, tampoco se crean que allí la gente sabe de qué va la vaina, ya que se emite en AMC, un canal por cable que carece del tirón de HBO o Showtime, y que tiene bastantes menos abonados.

Ambientada en el Nueva York de los primeros años 60, 'Mad men' recrea la vida dentro y fuera del trabajo de los empleados de una de las mayores agencias de publicidad del país. Y vale que son los Estados Unidos, pero hay que ver lo que hemos cambiado, socialmente, en 50 años. A diferencia de España, hablamos del mismo régimen político y no de una nación con las heridas aún abiertas de una guerra civil. No, el zarandeo al american way of life empieza justo ahí, con la lucha por los derechos civiles, el asesinato de Kennedy, el nuevo papel de la mujer, y, sobre todo, Vietnam.

Por lo leído, pensarán ustedes que. o bien se trata de una chapa histórico-sociológica con vocación didáctica o bien 'Cuéntame' made in USA. Pues no, más bien todo lo contrario. Las tramas fluyen con fluidez (perdón por la cacofonía) sin moralinas ni lecciones y su abanico de personajes resulta fascinante, con el enigmático Don Draper -interpretado por Jon Hamm- a la cabeza del personal masculino. Una pandilla, en mayor o menor medida, de machistas redomados a la altura de su tiempo, al igual que las mujeres, en su mayoría satisfechas con su papel de floreros y deseosas ante todo de pasar por la vicaría.

Y lo que acaba por atrapar de mala manera al espectador es la ambientación. Los trajes, los colores, la decoración, el beber y fumar a todas horas, sobre todo en el trabajo... todo ello le transporta a uno al corazón de la historia. A diferencia de 'The Wire' o 'A dos metros bajo tierra', 'Mad men' no es un lingotazo que se bebe de un trago y te sacude el sistema nervioso mientras balbuceas "Uaaahhhhhh"; es un martini que se saborea sin prisas disfrutando hasta la aceituna. Por último, dos detalles: su creador, Matthew Weiner, se fogueó como guionista en 'Los Soprano', que no es mala escuela; y 'Mad men', que se traduce literalmente por "hombres locos" alude en realidad a los publicistas por su lugar de trabajo, las agencias radicadas en la (Mad)ison Avenue de Manhattan.

Vídeo del día: 'In the evening', RAY CHARLES

jueves, 18 de febrero de 2010

Puerta grande



Servidor se está haciendo mayor a toda velocidad. La prueba palpable es lo que disfruto últimamente en conciertos de señores maduros o directamente seniors que aparcan velocidad y saltimbanquismo en beneficio de una calma y un savoir faire que sólo dan el talento y los años. El caso que me ocupa hoy es Richard Hawley, una suerte de crooner británico con pinta de teddy boy talludito que emociona con sólo abrir la boca y actuó el martes por la noche en la infame sala Bikini.

Por partes. Lo de infame viene a cuento por lo siguiente: el local cuenta con una sala principal -que muchos conocerán como discoteca horterilla- y una lateral -normalmente salsera y aún más hortera que la otra- separadas por una barra (de bar) y una especie de persiana a modo de tabique. Bien, en los conciertos, con el escenario orientado a la sala grande, los responsables del recinto tienen la insana costumbre de levantar la persiana y habilitar el espacio contiguo ganando así capacidad.

Metes casi el doble de personas, sí, pero la mayoría tiene que conformarse con una apurada perspectiva en diagonal del artista, o bien mirar a una pantalla de vídeo tal que estuviese en un festival tipo Benicàssim. Una vergüenza lo mires por donde lo mires. Dicho lo cual, Sobrevalorado y acompañantes tuvimos suerte porque entramos, obligados, a la sala salsera y, con veteranía y colocación dignas del gran Baresi, obtuvimos un lugar con buena visibilidad y correcto sonido para lo que podría haber sido.

Al lío. El señor Hawley nos deleitó durante una hora y tres cuartos que pasaron en un suspiro interpretando casi todo su último disco, 'Truelove's gutter', editado el año pasado, y picoteando en su anterior entrega, 'Coles corner', que le dio a conocer no a las masas pero sí al público inquieto que escarba entre la podredumbre sonora contemporánea en busca de delicatessen. Añádase que sus álbumes anteriores apenas obtuvieron repercusión en España y el hombre era más conocido por ser el guitarrista de Pulp en los últimos años de la banda de Sheffield.

Que no hubiera cuerdas -un teclado las reproducía por vía sintética- no afectó a un repertorio magistral de lo que debería ser el ideal del cantante romántico del siglo XXI. Porque el perfil de crooner rockero del inglés, que le acerca a Elvis o Chris Isaak, quedó acentuado en su concierto barcelonés al renunciar a cualquier canción mínimamente movida. Ni un medio tiempo, vamos. Un ritmo lento presidió la velada, emocionante pese a los condicionantes ambientales, con la salvedad de tres o cuatro crescendos guitarreros de furia y sentimiento muy apropiados para romper el clima suave. El cierre, con el tema apuntado aquí abajo, acabó por apuntalar una noche en la que Hawley mereció salir por la puerta grande.

Vídeo del día: 'The Ocean', RICHARD HAWLEY

jueves, 11 de febrero de 2010

Manual de supervivencia



¿Cuántos libros han leído ustedes sobre los Rolling Stones? Ya, pues yo, ni me acuerdo. Unos cuantos, la verdad, con lo que atesoro una sabiduría sobre cosas inútiles -básicamente, el día a día de la banda en los 60 y primeros 70- de padre y señor mío. Pero este afán mío de conocimiento dejaba bastante que desear a partir de finales de los 70 y quedaba reducido a prácticamente nada en la década de los 90 y la que acaba de concluir a causa de que mis lecturas no se hallaban lo suficientemente actualizadas.

Para paliar esta situación, he devorado en apenas una semana la 'Biografía desautorizada' de Victor Bockris sobre Keith Richards. Al fan o al creyente, como servidor, las bondades de este volumen le resultan obvias, así que voy a intentar desgranar qué puede tener de interés para los profanos. Para empezar, desmitifica -en parte- la imagen de ogro vicioso del guitarrista, a quien presenta como un tío familiar y cálido, salvo cuando le da uno de sus famosos sirocos, situación en la que más vale ponerse a cubierto.

Cuestiones técnicas, como la famosa afinación alternativa con sólo cinco cuerdas que da origen al inimitable gruñido de su instrumento, comparten líneas con historias de amistades torcidas, líos de faldas, su histórica relación de amor-odio con Jagger o su asombrosa capacidad no sólo para sobrevivir a todo tipo de excesos sino para mantenerse lleno de energía a los sesenta y largos.

El asunto de las drogas ocupa páginas y más páginas. Bien, nuestro hombre fue un yonqui durante una década aproximadamente (los 70), y logró no sólo salir indemne sino seguir dándole a otras muchas sustancias hasta prácticamente la actualidad. El relato recoge, en este sentido, la leyenda urbana de que se renovaba la sangre en Suiza. En realidad, era un tratamiento de desintoxicación rápida para pasar los tests de drogas que le ponían como condición para viajar a EEUU y otros países.

Todo muy edificante, como pueden leer. De hecho, Richards dijo en una ocasión que nunca había tenido problemas con las drogas, sino con la policía. De ello también hay numerosos ejemplos recogidos en el libro de Bockris, que entrevistó a Keith en varias ocasiones en los 70 y 80, y que recoge comentarios e informacions de muchos allegados al stone como su mujer durante muchos años y musa de la banda, Anita Pallenberg.

El autor sabe de lo que habla y se nota, al igual que su facilidadad para manejarse entre datos, historias y recuerdos. No en vano es el autor de sendas biografías de gente como Andy Warhol, Lou Reed, Patti Smith o William S. Burroughs. Unos angelitos todos ellos, por cierto.

Vídeo del día: 'Happy', THE ROLLING STONES