Es decir, que los primeros 50 minutos transcurrieron en un silencio casi religioso mientras la banda interpretaba de pe a pa su flamante disco, todo un salto en su progresión artística, en el que se han desembarazado de ese tonillo a orquesta de la cabra que el exceso de teclado aportaba. En cambio, Joan Miquel Oliver se aplica con la guitarra y un amplio juego de pedales que consiguen vestir cada canción con el ropaje sonoro que demanda. Bravo.
Liquidado el asunto promocional, y sin mediar descanso in intermedio, los mallorquines premiaron a su afición con un amplio surtido de sus temas más exitosos: 'Alegria', 'Robot', 'Bamboo'.... Dicho así suena fantástico, pero en realidad no fue tan maravilloso. Primero, el concierto se extendió hasta casi las dos horas, lo que resulta excesivamente largo para un show en el teatro sin pausa ninguna. En géneros más proclives al desarrollo instrumental, como el rock o el jazz, entre solos e introducciones pueden abrirse o cerrarse fases, pero el formato de canción pop es sota, caballo y rey.
Y además de larga, la segunda mitad del bolo estuvo muy mal planeada. A la media hora tuvimos un crescendo con el cantante invitando a ponerse de pie y batir palmas -ese cáncer de los conciertos- con las luces de la sala casi totalmente encendidas. Acaba el tema apoteósicamente y, en vez de despedirse, hala, otra canción, tranquilita, normalita, de las que 'sí, vale, está bien' y punto. Coitus interruptus total y la situación que se repite 15 minutos después, otra vez luces de pasillos encendidas y sensación fin de fiesta... que queda en nada. Aplausos y otro tema a medio tiempo.
Otra cosa es que, a estas alturas de partido, los conciertos de pop-rock en un teatro han perdido todo el sentido. Hace unos pocos años, permitían escuchar al artista con cierta tranquilidad, con el respeto que inspira un marco escénico tradicional, etc... Ahora, si a la mínima uno no se levanta del asiento -que les den a los de detrás- a dar las malditas palmas es como si estuviera tirando el dinero. Conclusión: el mismo ambiente gallináceo que en una sala, con respeto cero a artista y resto del público -la gente ya no se habla al oído, lanza comentarios al aire-, pero sentado y sin poder beber.
En mi caso, me lo voy a pensar muy mucho antes de volver a un teatro a ver un concierto de esta guisa. Salvo, claro está, que sea un grupo o solista legendario que no ofrece ninguna alternativa. A todo esto, anoche vi un póster que anunciaba en el Palau de la Música a Rosendo, toma ya.
Y con esta digresión me estoy alejando del quid de la cuestión: Antònia Font ha establecido un hito tan poderoso con sus nuevas canciones que cabe hablar de un antes y un después. El antes ya me gustaba, pero adolecía de un directo pobre y con tufillo a orquestilla veraniega de tercera. El después son palabras mayores.
Vídeo del día: 'Dins aquest iglú', ANTÒNIA FONT
2 comentarios:
Los conciertos en teatro son para cantautores o similares. Lo demás no tiene mucho sentido.
Ni antes eran tan malos ni ahora son la repolla, vamos digo yo. Es que esas diferencias de las que hablas (me refiero a los discos) no las veo por ningún lado. A mí el "Lamparetes" me parece otro disco más de Antònia Font, no muy diferente.
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