El Primavera Club supone cada año la oportunidad de pasarse cuatro o cinco días peregrinando por distintas salas de Barcelona viendo conciertos de bandas escasamente conocidas en maratones que dejan a uno -ya en edad provecta- más que baldado. Así que este año decidí administrarme los bolos en cuentagotas para evitar el peligro de saturación y llegar más descansado a la recta final. En cuanto al primer objetivo, misión cumplida; en cuanto al segundo, por pequeña que sea la meta, no llego, no hay manera.
LITTLE BARRIE (Apolo, miércoles)
No tenía un especial interés por este grupo, pero como tocaba antes de un artista que sí quería ver a toda costa, fui con tiempo para ahorrarme problemas de acceso. Unas horas antes estuve escuchando algo de ellos así por encima y me parecieron una variante de lo que hacen Black Rebel Motorcycle Club, con ese toque retro y montones de reverberación. Ya en vivo tuve que rectificar. Mucho más pesado de lo que imaginaba, el trío de Nottingham parecía empeñado en revivir el fantasma de otro power trio, los Cream de Eric Clapton. Su blues rock rancio y filigranero acabó por retrotraerme otra imagen, la de Jeff Beck al frente de los Yardbirds, especialmente por el parecido físico entre el guitarrista y el que seguramente es uno de sus ídolos. No creo que vuelva a oír hablar de ellos.
CHARLES BRADLEY (Apolo, miércoles)
Más vale tarde que nunca ha debido pensar este caballero de 63 años (ver foto) que hasta hace poco se ganaba la vida de cocinero y ahora hasta gira por el Viejo Continente llevando la esencia del soul primigenio a jóvenes audiencias que no vieron nunca sobre el escenario a Otis Redding o Sam Cooke. Bradley es un genuino representante de la vieja escuela, y gusta de rememorar a James Brown cayendo de rodilas con dramatismo y exagerando la aflicción que lo que canta le provoca.
Una banda joven y solvente respalda a un veterano que se entusiasma como un chaval -hay que verlo cuando hace el águila, a medias entre Chiquito y el intérprete de 'Sex machine'- y transmite como pocos jugando con su dolorido corazón. Transmitir, la esencia del soul.
La única pega es que artista y acompañantes olvidaron que apenas tenían una hora de actuación y secuenciaron la misma como si tuvieran más tiempo. Ello dio pie a que la habitual intro del género -la banda toca dos o tres temas antes de que salga el vocalista- y el momento introducing the band se comieran casi la mitad del bolo. Y cuando más hervían las emociones, con el amigo Bradley desatado en una exhibición de poderío soulero, va aquello y acaba. Sublime concierto, sí, pero quedó la sensación de interruptus.
JEFF THE BROTHERHOOD (Apolo, jueves)
Típica banda del Primavera Club; es decir, no había oído nunca hablar de ellos hasta unos días antes del certamen. Pero venían muy bien recomendados por personas de criterio fiable, así que había que prestarles atención. Un acierto en toda regla. Un dúo bastante cafre, sólo guitarra y batería, que navega por aguas comprendidas entre Ramones y White Stripes combinando velocidad y contundencia. Además, parecen majos y, como lo dan todo bajo los focos, su concierto no dura ni una hora. Gran acierto. Esta locomotora impulsada en directo por una guitarra de sólo tres cuerdas y un mínimo kit de batería no entiende de bajones. Sensación de contento al salir, amplificada por el tradicional encuentro con la simpar M.
HANDSOME FURS (La 2, viernes)
Fiestón gayer a cuenta de un dúo de electro hipervitaminado, con él apretando cuatro botones y retorciéndose mientras ella no para quieta como una loca espasmódica. Cantan a dúo y son uno de los mejores bolos posibles para altas horas de la madrugada, aunque en este caso se tuvieran que conformar con salir al escenario a las 22.30. Y en lo de la brevedad, aquí se puede decir que hubo extremismo. Cuarenta minutos, para qué más, y a casa. Bueno, a casa yo, que aquello seguía hasta las tantas. Y al día siguiente, y al otro...
2 comentarios:
Buenísimo Charles Bradley, qué envidia no haberlo visto.
fiestón gayer, pluma pluma gay
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