No, no me refiero a Montilla, pero hablaré de él un día de éstos. Va por Cannavaro y el Balón de Oro, un asunto prosaico que diría Rajoy. Hacía tiempo que este galardón no levantaba tantas discusiones, y es comprensible. Dárselo a un defensa ya es de por sí excepcional, pero dárselo a uno que sólo defiende, pues ya tiene miga. No fue éste el caso de ganadores como Beckenbauer (72, 76) o Sammer (96) u otros zagueros que quizás lo podrían haber merecido, como Maldini, Hierro o Baresi.
Lo gracioso del asunto es que en Italia, donde se supone que deberían estar contentísimos, la elección no ha caído del todo bien. El motivo es que Cannavaro, una vez se consumó el descenso administrativo de la Juventus, no perdió un minuto en acelerar los trámites de su marcha al Real Madrid -más corrió Capello, pero eso no sorprende a nadie- mientras que su compañero y segundo clasificado en el ránking de France Football, Gianluigi Buffon, decidió aguantar el chaparrón y si hay que jugar en Segunda, se juega. Vamos, que el central del Madrid no pasa ahora mismo por ejemplo de héroe en tierras transalpinas.
¿Es justo el premio o no? Una de los comentarios más agudos al respecto se lo he escuchado en televisión a Onésimo, el regateador compulsivo. "El ganador del Balón de Oro debe saber pararlo si se le cae de las manos", dijo. Otro que viene al pelo es de un personaje de ficción, Harry Callahan, más conocido como Harry el Sucio: "Las opiniones son como los culos; todo el mundo tiene uno".
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