Mientras trataba de recuperarme del asedio de una faringitis traicionera, he tenido tiempo de leer abundante material periodístico sobre el 80º cumpeaños de Gabriel García Márquez. Homenajes, lecturas de sus obras, análisis de sus textos, perfiles sobre su personalidad y hasta noticias concretas. La más inquietante aludía a que el Gobierno colombiano va a invertir 400.000 euros en restaurar la casa natal del literato.
No voy a entrar a discutir las políticas inversoras del Ejecutivo colombiano, pero me da en la nariz que esa nada desdeñable suma podría destinarse a cualquier otro fin cultural, incluso relacionado con García Márquez, como sembrar las escuelas del país de libros de su ilustre Premio Nobel. Pero si quieren erigir una casa museo al uso, donde el escritor sólo vivió por cierto hasta los 10 años, y convertirla en centro de peregrinación y forrarse vendiendo camisetas, pues allá ellos.
A mí lo que me pasma es la adoración -próxima a la idolatría- que envuelve a este hombre, autor quizás de la mejor novela del siglo XX, 'Cien años de soledad'. Ello resulta, sin duda ninguna, digno de admiración, pero de ahí a besar por donde pisa y ensalzar sus opiniones políticas como si las revelara Dios Padre media un abismo. Leyendo larguísimos artículos de popes del periodismo español sobre su amiguete GGM, uno descubre que el autor de 'Crónica de una muerte anunciada' no es mal educado y chascoso, sino tímido. Que no es desprecio lo que siente por los reporteros que intentan entrevistarle, sino decepción por los malos tiempos que atraviesa la profesión. Y así podríamos seguir.
A ver, cuando alguien tiene 80 años no está ya para puñetas y se puede permitir no aguantar según qué cosas. Pero asistir a actos en honor de uno para esbozar bostezos y dar a entender que desearía estar en ese momento muy lejos de allí es más propio de un niño malcriado que de un venerable intelectual. Lo digo además con conocimiento de causa, porque asistí a una charla de GGM con un grupo de estudiantes en 1994 y el hombre daba inequívocas muestras de fastidio por perder el tiempo con unos jovenzuelos.
Por otra parte, algo que nadie me ha sabido explicar aún es por qué las opiniones políticas de un novelista son más relevantes que las de un violinista, un cocinero o un arquitecto. Y cito estas actividades sin salirme del ámbito, digamos, artístico. Porque lo mismo daría con un camarero, un taxista o una azafata. ¿Que el escritor desarrolla una actividad intelectual? Vale, los del primer grupo también. Podría entenderlo en el caso de un ensayista especializado en historia o política, pero no en el de un creador de ficciones.
Todo esto viene a cuento de la encendida defensa del castrismo que pregona GGM. Que es una dictadura con todas las letras, por cierto, pero a nadie se le ocurre afearle la conducta al colombiano y decirle que su amigo Fidel es un sátrapa. Veamos el caso del austriaco Peter Handke, que defendía al ex presidente serbio Milosevic -otra joya-, lo que le costó ser objeto de censura por parte de la Comédie Française, que retiró uno de sus montajes, y de fuertes críticas en Austria y Alemania.
En resumen, GGM es un genio de la literatura. De eso, creo, nadie duda. Pero de ahí a que sirva como modelo de pensamiento media un abismo. En democracia, vamos.
Tema del día: 'Children of the revolution', T. REX
No hay comentarios:
Publicar un comentario